Compañero ausente, en estas
palabras de la noche no aspiro a muchas ilusiones provisorias, a grandes sueños
indolentes, no pretendo sorprenderte a estas horas venideras, no sé que
pretendo al escribirte, no sé de que huyo al encontrarme, porque de encontrarme
te pierdo, sin haberte tenido.
La palabra resuena lenta,
precisa, hallada. La complicidad la escribe temerosa, como cautiva en el
segundo, cual instante perfecto se idealizara para soñar con los no – lugares existentes
en la orbe de los injustos y los ciegos, en los lujos, en las almas pobres, en
las miradas eternas, en los reojos de la muchedumbre en la que no te he
encontrado, en la que nunca me has visto.
Hombre de las palabras infinitas,
no redundes en lo ya dicho, no busques, encuentre vida en donde el sol se pose
en tu semblante irreconocible de los pesares que no lloran, que más bien encadenan
tu andar, busca verso y soledad bohemia de la madrugada, siembra primavera
larga y duradera, y no pise las hojas amarillas caídas del pasado otoño, que la
estación es corta y los suspiros largos.
Y si nunca te he visto, y tampoco
me has encontrado… ¿Cómo puedes entonces creerle al verso cauteloso, en los
labios de un desconocido?, pues debes creer que el verso puede más que el
silencio, más que todo lo calmo, como mar adentro sin corriente, sin mareos.
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