Ven, cauteloso y silente como la
calma de estas horas impredecibles. Las sábanas de aromas nos espera, como
capullo rojo de tus deseos, como un intento de enrollarte húmedo, atrevido a mi
encuentro, a coincidirnos, a bebernos. Respira lento y profundo el aire del
infinito cielo. La habitación nos cobija en un secreto inocente, y tan sutil de
las palabras inefables que pudieran describir tu humanidad de humano, con ese
aura de paloma que se lanza al vuelo extasiado de calor, de ansiado candor
entregado. Aquí te espera el seno de la loba, acallando tus exaltados verbos, búscame
aterrada entre los girones de tu cuerpo, entre las selvas de tus ojos
cautivantes, entre tus labios que se callan los sentidos, los sin sentidos.
Estoy entre los valles de tu pecho de roble eterno, de una semilla crecida en
plena primavera, cual joven de uvas maduras, de vendimia cosechada hace unos
soles anteriores, frescos de la lujuria adolescente, sabios de los besos que
nadan por la espalda ligera, temerosa, un tanto infantil y no tanto a la vez.
Luego, como si no bastara con las manos que me guían por tu cintura, tu corpórea
voluntad de hacerme contigo, nos halla y luego nos roza el ímpetu, como
queriendo quedarse en tu piel de arena y greda, de libertades que me oprimen el
aliento, que entrecortan la cordura, el pensamiento, tus silencios. No detengas
el clamor de la bravura incandescente de mis adentros, no sacies jamás la flor
entumecida de tanta orgasmia escondida, ni temas ante el aullido del animal que
se asoma por las alturas de tus anchas espaldas, obtén del instante perfecto y
desconocido, la primavera jamás percibida por tus amazonas de miradas, y no
impidas que el pensamiento se desvaríe entre tus piernas anchas de hombre libre,
indomable, amante de la libertaria conquistada, la mojigata insensata, de los
brazos que alzan tu vuelo andino. Asómate y no titubees. Ven, cauteloso,
silente, como el fuego que incendiará estas horas del sueño indeleble.
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