15 de noviembre de 2012

Ven


Ven, cauteloso y silente como la calma de estas horas impredecibles. Las sábanas de aromas nos espera, como capullo rojo de tus deseos, como un intento de enrollarte húmedo, atrevido a mi encuentro, a coincidirnos, a bebernos. Respira lento y profundo el aire del infinito cielo. La habitación nos cobija en un secreto inocente, y tan sutil de las palabras inefables que pudieran describir tu humanidad de humano, con ese aura de paloma que se lanza al vuelo extasiado de calor, de ansiado candor entregado. Aquí te espera el seno de la loba, acallando tus exaltados verbos, búscame aterrada entre los girones de tu cuerpo, entre las selvas de tus ojos cautivantes, entre tus labios que se callan los sentidos, los sin sentidos. Estoy entre los valles de tu pecho de roble eterno, de una semilla crecida en plena primavera, cual joven de uvas maduras, de vendimia cosechada hace unos soles anteriores, frescos de la lujuria adolescente, sabios de los besos que nadan por la espalda ligera, temerosa, un tanto infantil y no tanto a la vez. Luego, como si no bastara con las manos que me guían por tu cintura, tu corpórea voluntad de hacerme contigo, nos halla y luego nos roza el ímpetu, como queriendo quedarse en tu piel de arena y greda, de libertades que me oprimen el aliento, que entrecortan la cordura, el pensamiento, tus silencios. No detengas el clamor de la bravura incandescente de mis adentros, no sacies jamás la flor entumecida de tanta orgasmia escondida, ni temas ante el aullido del animal que se asoma por las alturas de tus anchas espaldas, obtén del instante perfecto y desconocido, la primavera jamás percibida por tus amazonas de miradas, y no impidas que el pensamiento se desvaríe entre tus piernas anchas de hombre libre, indomable, amante de la libertaria conquistada, la mojigata insensata, de los brazos que alzan tu vuelo andino. Asómate y no titubees. Ven, cauteloso, silente, como el fuego que incendiará estas horas del sueño indeleble.


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