La luna se
desprendió del cielo. Esa estela de luz que alumbraba todo el firmamento se
quedó prendada de una estrella más grande aún, debilitándola con sus rayos
determinantes que la encandilaron y la apagaron, dejándose en oscuridad.
Libertad miraba desde su alcoba y lloraba desesperada sin comprender tal
acontecimiento, pues se creía heredera del universo iluminada por su padre, el
sol. Tan dolorosamente sentía, sin embargo, que la bella compañera de sus
sueños ya no aparecía para cantarle los cuentos al dormir, creyendo que se
había quedado muda porque al amanecer la luz la dejó sin habla, sin poder
interpretarle versos a la pequeña. Libertad creyendo que era descendiente de la
luna, corrió la tercera noche sin ella y se asomó frente al río que cercaba la
pequeña casa de madera y cholguán, asegurándose de que nadie pudiera oír sus
pasos en la madrugada que se adelantaba. Decidida, abrió su ventanita y
apoyando sus pies en una silla para alcanzar su cometido, saltó para observar
el cielo lleno de hermosas luces, que en nada se comparaban a su nanaita grande, como ella le decía.
Observaba los cerros del valle, tan estáticos y contemplativos en su fortaleza
que Libertad juraba, ahí estaba su nanaita.
Recordó
entonces que en un día de lluvia cuando creían que el pueblo desaparecería en
semejante diluvio, ella se encontraba con fiebre, tendida en su cama al punto
de la inconsciencia, cuando de repente una luz anaranjada, casi crepuscular,
repasó la ventanita y le recitó unos versos para que se durmiera y lograra
recuperarse. "Es para ella – le dijo
- tu mama grande, la que alegra tus noches de cuna. Te pareces a ella, tan
bonita como sus ojos, tan libre como su piel blanquita...recuérdate esta canción
cuando sientas miedo y no haya nadie cerca” . Entonces el sol, con una arpa
sacada de las nubes que lo acompañaban, le dedicó la canción de ritual para la
luna, de la cual vino al mundo Libertad, blanca y serena: "El sol, el sol le canta su amor, el sol le canta su amor"
comenzaba a cantar entre sollozos, ansiando que su nanaita apareciera y le
prometiera aparecer: "El sol, el sol
le canta su amor, el sol le canta su amor". Nunca se le olvidaría esa canción, pues en
tiempo de eclipse el Sol llamó a la luna y fue tal compunción que concibieron a
la pequeña, leyenda que le gustaba a Libertad, para sentirse testigo de la incandescencia
jamás antes vista.
La niña
persistía y persistía, sin respuesta alguna de su nanaita. Cantaba con más
fuerza por enésima ocasión, creyendo que podría atraerla. En su último intento,
tomó una impostación jamás antes lograda en ella, para que luego cantara parte final
del ritual para la luna. Luego, el viento se hizo presente y ayudó a la búsqueda
de su compañera, mientras los cerros se remecían cuales árboles en aquelarre
con el eco de la voz desgastada de la niña. Nada ocurría, y Libertad comenzaba
a perder optimismo, mientras lloraba por desesperación "nanaita" gritaba, "nanaita" pero nada acontecía. La
luna escondida en el cerro grande, escuchaba tarde los llantos y cantos. Se mantenía
estoica en su orgullo, mientras Libertad perdía las fuerzas. Cuando le llegaron
los últimos ecos, llamándola nanaita, decidió ir a su encuentro, pero no sabría
diferenciarse de los demás objetos celestiales, pues la luz blanca y tenue se
le habían acabado. Corrió entonces escondida entre los valles, y las nubes la
ayudaban a mantenerse estable y ligera en su andar. Ahora el silencio
preocupaba a su madre, pues los quejidos y cantares ya no se oían por ningún
recóndito.
Llegó hacia el
Valle de la Luna, en la piedra alta que colindaba a la pequeña casita de la
niña. Desesperada se posó por entre los árboles, y lloraba por no encontrarla,
pues no tenía luz para que su búsqueda se facilitara. Un eco, hizo dar con una
respiración entrecortada, y la oyó hasta dar con su paradero. Yacía acostada en
el pasto, con el aliento agitado, temblando de frío. La luna se hizo más oscura
aun, sintiéndose culpable por ser tan orgullosa y no haberla recibido minutos
antes. Libertad media inconsciente, se dio cuenta que había llegado la
compañera de sus noches y sus adentros se llenaron de felicidad. "Nanaita, llegaste" "nanaita, el sol... El sol le... canta... canta...
canta."
Se desvaneció
por completo en los brazos de su madre, mientras ella le cantaba "no temas mi niña, la luz ya llegó, la noche está
en cuna y su amor te iluminará, de mañana tu sol en bruma, tu papa de amanecer,
te dará la vida entera, los ideales pa’ tu ser" aquella canción que la
dormía y que siempre tarareaba antes de la medianoche para ella, Libertad
libre. No despertaba, y la luna se estremecía culpable, Libertad yacía pálida,
blanca, más que nunca. La luna le cantó el resto de la madrugada, meciéndola en
su regazo, hasta perder las fuerzas con la hija concebida por aquella noche de
eclipse. Se despertó con la mañana y se descubrió débil, mientras el sol ya
aprontaba su llegada. No quería advertirlo, se negaba a sentirse más
desgraciada por aquella estrella traicionera, y era en ese momento que decidió dejarle
una nota entre los cabellos enredados de libertad, cuando el apareció. Ayudada
por las nubes, se aproximaba a arrancar, pero sintió un temblor en el valle que
hizo entender que debía quedarse. Era el llamado del sol.
El sol
ensimismado, no hallaba a su costilla, y se precipitaba a buscarla en el cerro
grande, pero peor fue su angustia cuando sintió el vacío en su calor - "La
luna” - replicó para sus adentros.
Fue hacia el valle de su nombre, esperanzado de que la niña y su madre aun
estuvieran allí. Desvestida de blanco invierno, la luna se asomó y allí estaba,
cuando justo escribía una carta de despedida.
- ¿Por qué te vas? Preguntó sin rodeos.
- Debo irme, es de día
- Libertad no está bien, quieres quedarte?
Le dijo, arrastrando sus rayos hacia la pequeña.
En un intento de escabullirse de ellas, la luna
dijo:
"Es tu deber mantenerla libre, yo no
tengo fuerzas, me quitaste la poca luz que me quedaba, estoy fuera del valle,
me quemaste, sol, y eso que no era pájaro."
Libertad, al sentir calor en su humanidad
diminuta, despabiló un ojo y se remitió a su conciencia. Observó lo que
ocurría, ambos entes celestiales estaban frente a ella, sus creadores la
cuidaban, sin embargo, un penar se veía en los ojos de la luna. "El sol, el sol le canta su amor"
comenzó a cantar, luego los pájaros, luego los vientos, el río y los sauces del
valle se mecían al compás de la melodía "el sol, el sol le canta su amor" cual sinfonía creada para un
cuento que Libertad se proponía a escribir cuando supiera hacerlo.
La luna avergonzada
por el momento, decidió volar de ese cuadro en el que no encajaba, con melodía
en sol mayor.
- No te vayas, espera… no te vayas - dijo
el sol confundido - tú eres Libertad, ella es la luna, no la dejes .Tú eres el sol, yo soy
la luna, yo te poseo, tú eres la luz que no tengo, no te vayas. No quise dañar
tu estela boreal. Nunca quise dejarte blanca, diminuta… Si te canté esa canción
en noche de eclipse, era eterna sin final.
La luna confundida, tomada por el candor del sol,
se negaba con el miedo de quedar para siempre sin protagonismo de la noche que
era su sitio, su lugar en este universo infinito. Lo amaba y amaba a Libertad,
fruto de su unión, Libertad libre. Fue ahí cuando se entregó al abrazo caluroso
del sol y le susurró débil: “Si quieres
quedarte conmigo, cántame el ritual cada noche y me tendrás cada atardecer,
antes de que dejes caer al día" y desapareció del lugar. Libertad
sorprendida por aquel repentino momento, explotó en lágrimas y se desmayó, pero
el sol la encandiló con sus rayos y la cuidó para que durmiera en su cuna. Al atardecer, Libertad se levantó y miró hacia
la ventana, esperanzada de que la promesa de la luna fuera resuelta por el sol
y aparecieran ambos allá arriba. Luego de un momento encontró la nota de la
luna que terminaba con estas palabras: "Sé siempre hija de las estrellas, Libertad
libre, te amaremos en todo momento y en noche de eclipse."
Nadie
adivinó que al caer esta noche, con veinte años, yo Libertad libre, veo a la
luna y el sol retozando cada noche, más claro cuando está despejado. El sol y
la luna se pertenecen, y yo soy Libertad libre, hija de las estrellas, mirando
el crepúsculo por mi ventanita donde el valle se tiñe de colores, el valle del
sol y la luna.
Escrito en un día de locura, valió la pena.
Para Libertad.