Caminaba lenta por la neblina penetrante y grisácea, furibundo rostro perdido en las memorias del tiempo gastado de los pasos crepusculares. El árbol de la noche cantaba sus lamentos, y la mujer lánguida como medialuna en el oscuro devenir de los impíos y sucedáneos, replicaba sus angustias. Era domingo gris de la madrugada, de la cruel pasarela del olvido, del lamento no escuchado por los dioses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario