Fue tan solo un cosquilleo en la
sien, una risa en el estómago, un simple tambaleo del firmamento en el que
camino, y una fuerte sensación en los labios, una muchedumbre tan diversa y
uniforme, un cielo grisáceo que lo enmarcaba todo allá arriba. Era el asombro de
la inercia, la fugacidad en el alma de todos los minutos existentes, la sonrisa
perfecta entre pequeños rayos de naranjos crepusculares, la mirada penetrante
de una simpleza jamás percibida, la belleza del
tiempo reflectado en tus cabellos, y en tus mejillas. Simples parpadeos, nada más que un saludo, como si con eso bastara la vida que se funde entre los dedos,
entre los deseos, entre un encuentro jamás encontrado, la emoción de lo
instintivo, lo imperecedero.
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