28 de noviembre de 2012

Compañero ausente


Compañero ausente, en estas palabras de la noche no aspiro a muchas ilusiones provisorias, a grandes sueños indolentes, no pretendo sorprenderte a estas horas venideras, no sé que pretendo al escribirte, no sé de que huyo al encontrarme, porque de encontrarme te pierdo, sin haberte tenido.

La palabra resuena lenta, precisa, hallada. La complicidad la escribe temerosa, como cautiva en el segundo, cual instante perfecto se idealizara para soñar con los no – lugares existentes en la orbe de los injustos y los ciegos, en los lujos, en las almas pobres, en las miradas eternas, en los reojos de la muchedumbre en la que no te he encontrado, en la que nunca me has visto.

Hombre de las palabras infinitas, no redundes en lo ya dicho, no busques, encuentre vida en donde el sol se pose en tu semblante irreconocible de los pesares que no lloran, que más bien encadenan tu andar, busca verso y soledad bohemia de la madrugada, siembra primavera larga y duradera, y no pise las hojas amarillas caídas del pasado otoño, que la estación es corta y los suspiros largos.

Y si nunca te he visto, y tampoco me has encontrado… ¿Cómo puedes entonces creerle al verso cauteloso, en los labios de un desconocido?, pues debes creer que el verso puede más que el silencio, más que todo lo calmo, como mar adentro sin corriente, sin mareos.

18 de noviembre de 2012

Décadas más.


Será una década más. Décadas perdidas, épocas errantes del tiempo que han creado de la greda a esta joven hecha mujer, hecha aprendiz, hecha niña de sutileza e ignorancia. No son las primaveras contadas, menos las estaciones olvidadas de aquel invierno eterno y lejano que se clavaron en las entrañas, menos la niebla porteña de la mañana junto a sus movedizos suelos misteriosos llenos de pánico colectivo a las gentes de la región alojada hace diez y un poco menos… es la vida fugaz entre los dedos de una pequeña que creció en los valles y en el hedor de los pescados al mediodía, es la voz de la cantante arraigada en el silencio de la niña prodigio de los defectos, de los amores de pasillos que la hacían llorar por todo el lugar, de los subterráneos cómplices del candor adolescente de los colegiales colmados de ganas, de las músicas que impregnaban su diaria vida con apellido de pintor sin oreja y muchos más. Es ella el dolor eterno de sus pesares melancólicos, de los recuerdos secretos que lloran el lamento de la muerte, de los adioses sin despedida, de los corazones con ataque de ternura, de las mañanas y tardes siendo nieta del eterno cómplice, es el sur lejano y cercano del olvido, pero además es la brisa suave del clima, de la changa, de la caleta, de la Gabriela, del existencialismo. Son la raíces arraigadas de otras tierras, son la gente que vive mirando el mar y sus pescadores, de la apasiva mujer con ojos silentes que la añora, de la hermana que nunca tuvo, de la familia calurosa en la que no encaja, en el Tambo de otros tiempos de descendencia, o antecedencia?. Y como si no bastara, es calma y desespero, sonríe, luego sulfura, se va entre los extremos y la mitad del horizonte es el justo que nunca encuentra, o que persiste en hallar. Es el Mar y Sol cómplice de sus risas, es la mano que tiende sin echar al vacío, es la sincera, el impaciente, la histérica, el temeroso, y otros tantos más. Encierra tanta gente, tanta mierda, tanta realidad, tanta pereza. Encierra soles imposibles, ha empezado a soñar con utopías. Buscaba la oreja perdida y sin embargo, terminó enredándose entre ondulados cabellos que canta de trovadorescas palabras y metáforas.

Hoy, la mirada resuelta y el corazón aprejutado la llevan a caminar más allá, mucho más lejos de lo que pudo haber imaginado, pues imaginar en ella es difícil, soñar no es un privilegio en sus miradas, caminar es más sensato y sin embargo, siempre ha buscado alas para volar. Como ven, así es. Con diez décadas más, no sabría adivinar, ella sabe que lo contado hasta hoy no cura de espanto, pero ya comprende porque existir a veces se resiste de ser más que un espanto.







Feliz Cumpleaños.

Mengano


Esta historia solo se quedará en las cuerdas de tu guitarra, mengano. Cuando dejen de ser las catorce con treinta, la tinta en tu papel habrá desaparecido para esfumarse en las melodías en sol, ni fa ni re… solo el Sol.

No probé tus labios de miel, tus cabellos grises jamás trastocaron mi frente, tu risa solo se quedó impregnada en la memoria de mis deseos furtivos, en las flores cortadas antes del atardecer y más, en aquella primavera tránsfuga que aconteció tan rauda que los botones de los girasoles no conocieron el radiante semblante que me instalaba una sonrisa sutil y nerviosa. Y sin embargo conté con tus palabras y sueños escritos en cada medianoche, bajo los silentes madrugadores que se esperaban frente a la muralla de la cobardía, de los instintos fallidos por lanzar un llamado, un suspiro al aire para respirarte, para hacerme la valiente y buscarte entre la multitud, abrazarte, o saludarte… tal vez besarte de golpe, y luego irme para nunca encontrarme entre tus brazos. Mengano de ojos tan misteriosos, oscuros, libres, fuiste la estación del tiempo que apareció y desapareció en el momento mismo, eres el amor más fugaz que mi sien pudo haber tenido, sin siquiera haberte reclutado en mis sábanas, menos en la piel rasgada de sazón por ti.

Estas son mis palabras por última vez, ahora puedes cantarla sin pudor alguno. Puedes fantasear con la musa de tus canciones, sacarás respiros de la vida a la que te entregas como eclipse solar heroico y valiente, seguirás buscando girones parar rodearte a ellas, para saciarlas a ellas, porque el Sol será testigo de la tímida flor que se distrae con tu luminosidad incandescente, de las adolescentes enamoradas, cuales jóvenes distraídas, en el encuentro con el peligro, mengano. 


15 de noviembre de 2012

Ven


Ven, cauteloso y silente como la calma de estas horas impredecibles. Las sábanas de aromas nos espera, como capullo rojo de tus deseos, como un intento de enrollarte húmedo, atrevido a mi encuentro, a coincidirnos, a bebernos. Respira lento y profundo el aire del infinito cielo. La habitación nos cobija en un secreto inocente, y tan sutil de las palabras inefables que pudieran describir tu humanidad de humano, con ese aura de paloma que se lanza al vuelo extasiado de calor, de ansiado candor entregado. Aquí te espera el seno de la loba, acallando tus exaltados verbos, búscame aterrada entre los girones de tu cuerpo, entre las selvas de tus ojos cautivantes, entre tus labios que se callan los sentidos, los sin sentidos. Estoy entre los valles de tu pecho de roble eterno, de una semilla crecida en plena primavera, cual joven de uvas maduras, de vendimia cosechada hace unos soles anteriores, frescos de la lujuria adolescente, sabios de los besos que nadan por la espalda ligera, temerosa, un tanto infantil y no tanto a la vez. Luego, como si no bastara con las manos que me guían por tu cintura, tu corpórea voluntad de hacerme contigo, nos halla y luego nos roza el ímpetu, como queriendo quedarse en tu piel de arena y greda, de libertades que me oprimen el aliento, que entrecortan la cordura, el pensamiento, tus silencios. No detengas el clamor de la bravura incandescente de mis adentros, no sacies jamás la flor entumecida de tanta orgasmia escondida, ni temas ante el aullido del animal que se asoma por las alturas de tus anchas espaldas, obtén del instante perfecto y desconocido, la primavera jamás percibida por tus amazonas de miradas, y no impidas que el pensamiento se desvaríe entre tus piernas anchas de hombre libre, indomable, amante de la libertaria conquistada, la mojigata insensata, de los brazos que alzan tu vuelo andino. Asómate y no titubees. Ven, cauteloso, silente, como el fuego que incendiará estas horas del sueño indeleble.


14 de noviembre de 2012

Chucherías


Mis pasos caídos se aletargan en tu devenir profundo de la oscura madrugada. Tus desdenes, infinito hombre, son como temblores que apesumbrados me encolerizan de ilusiones baratas, de amores sin freno, de incoherencias vanas. Si tu vuelo infinito es como un llamado del sol a tu ventana, de las corrientes presuntuosas de tu encuentro, como luciérnagas andantes de un calor invisible del tiempo y de estas horas malditas sin sentido. ¿Y que más podría ansiar? Que más que tus candentes labios sabor de la luna inmersa en el sol, que tus palabras silentes en el resplandor de una tarde cualquiera,  una simple ave paseando por las galerías impenetrable, cual Neruda despreciando al gentío mundano de estas horas y en otras tantas, el reflejo de tus ojos en mi lago en el cénit. La puta primavera ha cortado los jazmines del rosal, o los rosales del jazmín girasolar, como el sol del efímero suspiro de la muchacha enamorada, de la definición teórica de tus des – encuentros, o de tus instintos galácteos del orden caótico de tu selva ocular.

7 de noviembre de 2012

S/T

Caminaba lenta por la neblina penetrante y grisácea, furibundo rostro perdido en las memorias del tiempo gastado de los pasos crepusculares. El árbol de la noche cantaba sus lamentos, y la mujer lánguida como medialuna en el oscuro devenir de los impíos y sucedáneos, replicaba sus angustias. Era domingo gris de la madrugada, de la cruel pasarela del olvido, del lamento no escuchado por los dioses.

Éxtasis

Cuando termines de hablarme ya no comprenderé porque lo haces, pues tus labios aparecen cercano a los míos, y las entrañas de mis adentros se tambalean, mis sentidos se desvanecen. Tu voz es un canto de cuerdas perfectas, tal como el agua que se instala en mis pupilas, y entonces el sol se desvanece en el cielo. Los jardines de tu alma florecen cual primavera eterna se quedara impregnada en tu rostro, y el caos de sentimientos que nacen de nuestro encuentro, me hacen fantasear con la utopía liberada de tu cuerpo. 

6 de noviembre de 2012

A primera vista


Fue tan solo un cosquilleo en la sien, una risa en el estómago, un simple tambaleo del firmamento en el que camino, y una fuerte sensación en los labios, una muchedumbre tan diversa y uniforme, un cielo grisáceo que lo enmarcaba todo allá arriba. Era el asombro de la inercia, la fugacidad en el alma de todos los minutos existentes, la sonrisa perfecta entre pequeños rayos de naranjos crepusculares, la mirada penetrante de una simpleza jamás percibida, la belleza del  tiempo reflectado en tus cabellos, y en tus mejillas. Simples parpadeos, nada más que un saludo, como si con eso bastara la vida que se funde entre los dedos, entre los deseos, entre un encuentro jamás encontrado, la emoción de lo instintivo, lo imperecedero.  

2 de noviembre de 2012

El fulano

Él estaba como siempre en el mismo parque bañado en flores de todas las clases, azucenas y maravillas, entre girasoles y amapolas que adornaban las pérgolas que la gente se detenía a contemplar en las callejuelas angostas que se vestían de pistilos y colores. Entre las rejillas oxidadas, grises que separaba a los mares de personas que se apostaban a mirar se encontraba, con la sonrisa enmudecida mirando las hermosuras silvestres, con su estatura media y sus ojos de sol que parecían iluminarlas, su frente algo arrullada por el paso del tiempo no hacía culpable a las mejillas rosadas que se hacían notar gastadas, pero con el espíritu joven que pretendía mostrar el rostro de ese joven tal como fuera, sin pudor de sus pocos pero largos años. Fulano era un soñador de realidades, un adulto en pañales que venía al mundo con sus rebeldías colmadas de alevosías, de ímpetus sagrados que le conformaban el metro cuadrado de la vida, de la cual sabía un poco más que los demás, pero mucho menos que el anciano que lo amparaba a la salida de sus aventuras… sus cabellos se precipitaban a notar su edad, unos tonos medios vacíos se azotaban con la suave brisa del parque en la que parecía una distracción entre tantas plantas y primaveras volcadas en la acera.

A su alrededor, rodeado de adolescentes, niños e infantes jugando, los sauces de la calle 10 se remecían en este preciso instante. La pileta del frente, al cruzar la calle de los lirios, explosionaba sus chorros de agua en donde los perros vagabundos se aseaban, y los amantes lanzaban su suerte al fondo de ella a través de una moneda. Entre todo esto, y cerca de los puestos de palomitas y otros dulces propios de la calle cotidiana, caminaba rauda aquella muchacha voraz, ingenua pero atrevida al atardecer… de mirada sincera pero un tanto perdida entre lo magnífico de aquellos detalles que solo ella nota. Su cabello rebelde al viento de las quince con diez, se despeinaba como los sauces que aparecían detrás de ella. La sonrisa de infantil juventud le entregaba candidez al aire tibio de la media tarde. Iba en dirección hacia las pérgolas florecidas de ilusiones, directo hacia los girasoles que eran la admiración misma de la naturaleza para ella, siendo sus grandes pétalos amarillos, el sol que siempre iluminaba su semblante.

No era casualidad el camino emprendido, si todo se prestaba para la estación de los melosos, de los amoríos, de la mirada infinita entre dos desconocidos. Inti se quedó inmutada por un segundo, sintió un temblor dentro suyo y nunca entendió la circunstancia que se aproximaría en unos segundos: “¿Por qué todo se mueve? Aquí las flores solo danzan con el sol y a mí las calles me parecen estremecedoras – pensaba - ¿Qué ocurre que entonces, la calma se ha vuelto ilusión?.

En la estación de las Añañucas se detuvo. Iba hacia los girasoles, caminando entre las personas apretujadas que fotografiaban la hermosura silvestre, unos enojados la dejaban proseguir en su andar, y otros simplemente la ignoraban, cuales muros no la oyeran decir ‘permiso’. Sin embargo, se encontró con unas damiselas rojizas, todas ellas vestidas unos detalles amarillos en su centro, y un tallo enorme que la conectaba a su raíz terrenal, como si fuesen tan sencillas y amables con su belleza. Inti cambió en ese lugar. Algo confluyó dentro de sus emociones que se quedó como hipnotizada observándolas, pues no las conocía y nunca había visto tanta belleza ancestral, pues sentía que la sangre de la tierra se encontraba en ese calor tan peculiar.

Fue así que enmudecida, giró su mirada y comprendió su desequilibrio interno. Con todo el tumulto a su lado, no se había percatado de aquel hombre que se encontraba allí, mirándola fijamente como si hubieran concertado ese encuentro desde siempre. Sus ojos eran de unos tonos tan vagos, diversos que nunca entendió cual era el enigma de aquellos colores insertos en esas pupilas fijas, parecían un acertijo por descubrir. Al encontrarse con esa pedante contemplación de su humanidad, esta se hizo hacia atrás, como queriendo huir de ese parque, de esos ojos y de ese varón que la intimidaba, pero en cambio, musitó palabras entrecortadas… pues su respiración se agitaba y sus manos sudaban de vergüenza o desesperación tratando de decir: “¿Y tú quien eres?.. ¿Acaso te conozco?”. El Fulano, observando el nerviosismo de la joven, sonrió con vehemencia y respondió: “Soy alguien, en teoría, un ser en proceso, y más bien un hombre en el lenguaje vulgar… ¿Te parece que no?”

Inti se reía por dentro, no comprendía la desvariación mental del tipo que la iluminaba de pies a cabezas, más… le gustaba las palabrerías de ese incógnito loco que se parecía a los lunáticos que su abuelo contaba cuando era niña, siendo inevitable que saliera una sonrisa de sus labios, un tanto tembloroso y  otro tanto cómplice, para que luego dijera: “No sé, en teoría y en proceso me pareces un extraño, nada más ni menos. ¿Qué más podría pensar?

Él acercándose un poco hacia Inti, de forma bastante particular le susurra cerca de su oído: “Mengana, podría ser muchas cosas y pocas a la vez, yo solo sé que contemplabas a las Añañucas como pequeña con un juguete nuevo… y me pareció una ingenuidad tan dulce que no pude evitarte.”

Luego, hubo silencio. Eran las dieciséis menos cuarto y los pendejitos seguían revoloteando por los alrededores, como pajarillos libres que volverían pronto a su jaula y solo aprovechaban los segundos restantes. Inti, no sacaba los ojos del desconocido que la intimidaba completamente… pero no musitaba palabra alguna. Esos pantanos de selvas hallados en las ventanas de su rostro la tenían de lumbrera por el universo, no se maravillaba por los pistilos en flor, sino por las galaxias que estaban en aquel horizonte que la encandiló. No se movían, sus cuerpos quietos parecían muñecos, y los sujetos colindantes ni se interesaban en semejante espectáculo de miradas que se hablaban por medio de otros idiomas. Yo diría que fue amor, pero estos ni siquiera lo adivinaban, fue tan fulminante reacción que solo pegaban chispazos, y nadie lo advertía.

Ella regresando a su centro, un tanto confundida, saca de su bolsa de cuerina vieja, ese reloj de cuerda que su abuelo le regaló, percatándose de lo tarde que era para seguir visitando el parque, ante lo cual rompió el silencio diciendo: “¡Debo irme, me esperan en la avenida Mayor y yo acá, contando soles!”, pretendiendo correr como si quisiera salvarse de un salto al vacío. 

¿Y por qué huyes? ¿Acaso temes de algo?.. Pues, el sol quema solo cuando vuelas de muy cerca!” - le replicó aquel fulano. 


“No huyo, no tengo de qué… es solo que tú miras como si fuera la añañuca que he descubierto acá en este lugar tan metafórico y debo irme, no tengo más tiempo para seguir creyéndome una flor del prado.” y Fulano entonces la hizo callar. No dejó que continuara, pues acercó sus brazos hacia la desconocida mujer que descubría segundo a segundo. No la besó, al contrario, le dijo lo último que quedaba por decir en ese instante: “Vaya mengana, que el sol siempre queda en las miradas… y usted ya encontró donde quedarse, como flor en la mañana.”



De esta manera, los amantes siguieron su camino. Él rodeaba su adiós hacia un ‘hasta pronto’. Inti no sabía que decir, ni como actuar tras coincidir con ese personaje… “Estaré aquí...usted lo sabe” dijo al darse vuelta, como trotando de esos placeres extraños que ese tipejo alucinador le producía. Lo peor, es que sabía que él estaría en esa estación de las añañucas, en esas pérgolas floreadas de todas especies.

Siendo las diecisiete con treinta, comprendió porque no llegó a ver los girasoles.