20 de abril de 2013

Cuerpo


El silencio rimbombante me insta a parlar, no a versos ni a poemas, esta noche prefiero la prosa antes que cualquier retórica que pudiera acomplejar mi argumento.  No hay más que la calma taciturna y aquellas palabras que voy pariendo en cada letra que junto y junto como un panal de abejas que se agrupan de manera tal que se conforman en un todo, pero que aún así no dejan de ser cada una por separado.  A medialuz y ad portas de la medianoche, comienzo a desvestirme sin pudores. No hay nadie alrededor, menos mojigatería ni estándares de buen comportamiento, así que nada puede evitar esta complicidad entre mi cuerpo y yo, como una vasta coexistencia secreta de la cual siempre pasamos enajenados, pero que esta noche he dejado al tapete… recorro lánguidamente mis espacios, recónditos y juveniles, no tan inocentes ni tampoco recorridos, pero vividos. Eso es lo que importa, y la piel es un terrible testigo. El lado izquierdo de la lámpara permite entrever la silueta gruesa de mis orillas, portentosas de grasa y de fineza. Cero complicaciones con la balanza, no me importa la talla, al fin y al cabo, no soy un acordeón de alto colesterol, y las curvas de mi talle son naturalmente ellas, en esencia y por obra de la creación tantas veces deíctica y otras tantas rompedoras de mitos, como el útero bendito de nuestra madre santa, que los dogmas suelen olvidar en su intento de darle valor a la costilla del mísero hombre que nos dio creación. Qué más da, contemplo ahora la redondeada línea de mis pechos, cuales mangos cargados hacia los lados por tanto néctar acumulado, sus aureolas parecen teñidas de color mostaza o un tanto capuccino, dulces como para sentarse a tomar café en un día nublado de Abril, al abrigo de un cuerpo tibio e indómito – pero no nos desviemos – me observo de perfil y me parecen armoniosas en su naturaleza, dispuestas y serviciales, no son atrevidas, menos provocativas… ostentan más bien, un candor exótico o un tanto enigmático, de simil ternura y lentitud en las caricias, cariñosas pero amantes a la vez, me parecen que contraen una paradoja digna de ser explicada en un simposio de lenguaje connotativo acerca de los senos y sus personalidades (o pechonalidades?)

Si bajo la vista, observo aquel sendero tan reconocido por mis ojos, y persigo el camino de los amantes contrariados. No sé cuantos han podido llegar a destino, pero creo que no se han quejado de los valles en que posan sus amores, sus pasiones coléricas, aproximadas al fuego íntegro de una hoguera en pleno invierno. Es groso en el ombligo, con adiposidades de gastronomías infinitas y calóricas posadas a los lados del bajo vientre, que mecánicamente le llamarían neumáticos, pero a mi vista son mis más preciados testimonios. Hasta les quiero y en compañía del espejo jamás me han avergonzado, arriesgando incluso a decir que me enorgullezco de ellas, no pretendo ganar concursos de belleza, ni modelar, mucho menos escatimar esfuerzos en ser como aquellas muchachas de las revistas yanquis. Mis pasiones en cambio, son más hondas y simples: leer, hacer el amor, comer bien, escribir, escribir y escribir hasta aletargarme de palabras. Para qué hablar del vértice en flor, con los cabellos intactos, salvajes y ocultos. No hay nada al respecto que pueda manifestar, solo precisar que la apertura inexorable de la naturaleza mujeril, alcanza límites desconocidos hasta por la misma ciencia, pero próximos para la literatura, los mundos de la mujer caben todas en aquella obertura, los gemidos y los placeres varios, se resumen en la Venus constelación mayor, de la cual es mejor vivenciarlo, antes que describirlo.

Como verán, ante los ojos de nadie y solo míos, me hallo eterna y caduca, inverosímil y subversiva. Quiero las orillas de mis codos, y hasta los lugares menos conocidos les hallo cierta cordialidad. Recuerdo que una vez, el mengano dijo que era blanca como la punta de aquella cordillera andina, tal corpórea humanidad de los australes devenires, tan sazonada con la pulcra sureña región de los últimos recodos de estos lados, que en mi, soy toda una llamativa exhibición en desmedro de las norteñas. Será que trató de quererme, como yo me atengo a mi cuerpo, tan pecador ante el Dios, tan sereno ante este escenario que invoco, tan sumiso, tan monja, tan digno de escribirlo.

Pueden comprender ahora, porque preferí la prosa. 




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