27 de abril de 2013

Confesiones estacionales


Me gusta el té, así como los libros. En una mañana tenue prefiero ir al abrazo de unos versos antes que a los enojos de un sujeto callado, orgulloso. Si hablamos de preferencias, considero invaluable el beso bajo un techo gris con pegatinas que trascienden en la oscuridad, y un cuerpo tibio que pretenda ahuyentar las heladas del Abril otoñal. Los libros son mundos infinitos en el que una mirada trasciende de sus hojas, así como tu sonrisa incandescente abriga cualquier desolación, intrépidas baluartes orgullosas que se posan sobre los egoísmos. Te comparo cual enorme gallardía se aparece en tu boca, esa apertura que me inquieta cuando habla, como aquel protagonista que me narra sus pesares en aquella prosa trágica de los amores contrariados. Me gusta el otoño. Si, aprendí a quererlo. Tu compañía es aquella excusa para hacerme adicta a las tardes de frío, a las hojas decayendo en su muerte estacional, en aquella temporada del beso con sabor a hiel y el tabaco entumecido por el bravío de los vientos. Me gustas igual que los libros: intrépido y silente, envolvente como la humanidad que se gasta, sus brazos pueriles, su torso de varón, esos muslos carnosos, aquella silueta imborrable de las mañanas en que me vuelvo suspiro, gemido acallado, turbado sigilo. Eres cual amor de libro, narrativas indelebles, hondas reflexiones, gastados respiros. Te quiero porque te has vuelto prosa, he gastado palabras rememorando su presencia, permitiéndole a mi sencilla existencia, un poco de su dinamismo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario