Por si alguna de estas noches
dejas de aparecerte, y si delicadamente tus palabras se desvanecen con la
sombra de tus ansias, quisiera manifestarte que mi credo conformado por tus
piernas y tu espalda son los mejores espacios recónditos conocidos por mi
existencia vaga, pueril, hostil como tus canas. Decirte es poco, porque besar
tus desdenes en la tarde candente del sol anaranjado era una deliciosa forma de
matar el ocio, de amar en vez de fumar los pensamientos y vertirlos de lleno en
tu piel. Como si esto no fuera poco para describirte, se me quedan angostas las
palabras para convencerte de que eres un
cuerpo libre del que me encuentro encadenada, porque tus muslos de hombre, tus
sienes de nieve y juventud mezcladas hacen retorcer las miradas fogosas de los
amantes, de aquellos que se aman como niños en plena pubertad.
Como si los segundos fueran arena
en mis manos, quisiera contarte y recorrerte de nuevo, porque a mis días les
diste gravedad, porque tus meridianos se volvieron paralelos en tu presencia,
porque tu silencio se hicieron versos descritos en los girones de la
imaginación, de la ambiciosa intuición de un beso callado entre dos palomas que
viajaban por los aires buscando ser libertad, ser mucho más que dos, ser
observados desde el cielo siendo envidiados por todos, porque volábamos, eramos
libertad en el firmamento, firmando delirios de tu alma, de mi alma.
Si esto no llegase a ser
suficiente, te cantaría alto para que me oyeras, haría música con tus brazos,
con el dorso de semejante hombre de no sé cuantos años, ese que apenas puso la mirada en mi existencia
mundana, y la respiración misma se volvió una aventura. Lo clandestino de tu
retina era una invitación a zambullirse en tus mares, a ser amores de estos,
sutiles, avasalladores.
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