28 de octubre de 2012

El puente nublado de soles


Nublada vista se precipita a la llegada del olvido. No hay nada alrededor del abismo, solo se encontraba la mujer de pelo largo, negro como sus desdichas, apagado como las luces que no encienden en el alba mirando hacia el puente que veía pasar el río con las soledades de su cabello, la madera apolillada de aquel soporte  percibía aquellas manos lánguidas que humedecidas por sus lágrimas, le entregaban ese candor desdichado que aquel personaje transmitía. La tarde caída de nubes grises, le atormentaban los deseos de su alma, su piel blanca que se volvía morada del nulo candor de sus mejillas, hacían comprender que el amor era un sol fugaz que dejaba ruborizados sus flaquitos pómulos que se convertían en rojo pudor cuando ese personaje indiferente se paseaba por ese puente de la discordia.

Cada día, los instintos la llevaban a coincidir a esa construcción de madera apolillada por los recuerdos y pesares de tantos otros amantes, el caudal de ese pequeño mar hilado era una suerte de poder elemental para que el amor escondido se purificara y saliera hacia un lugar en donde se perdiera, antes que ella terminara de perderse embolinada de amores desenamorados. Fue cuando de repente, sin más aviso, el tiempo se detenía y los relojes se pausaban, el resplandor de su mirada era incierta, pero concisa, los árboles sentían la brisa melosa que advertía el segundo que en el ambiente se preparaba cuando él apenas daba un paso cerca. Sus ojos potentes la quemaban a lo lejos, y entonces no era una ilusión, mucho menos un sueño, no era más que un  sujeto misterioso, silencioso que le quitaba la coherencia de las palabras, el aliento de su boca pálida, la cegaba apenas asomaba esos parpadeos a su temple lleno de luz. Fue así como la muchacha no pudo musitar palabras, pues sobraban en esa complicidad mutua que los ahuyentaba y a la vez los unía en un simple afán, encontrarse sin buscarse, o buscarse para no hallarse nunca.  Con el sol de testigo, silenciaron por minutos lo que solo bastaba decirse por aquellas pupilas que no mienten cuando solo contemplamos el objeto mismo, el pecado en el sitio del suceso, la manzana elegida por Eva y todo eso.

Nadie pudiera haber adivinado que la nublada tarde sirviera para tantas coincidencias, nadie podría adivinar que el Sol detrás de ella no se equivocaba en sus movimientos, pues no fue advertida por nadie, menos por los locos amantes, ella, la blanca, él, caballero andante que, solo hizo con la mirada lo que la primavera hace con las flores.  


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