Ya no hay armonía en la melodía
de cuerdas, la guitarra tensó sus acordes y entonces comenzaron a salir voces
desordenadas, apabulladas que se estallaron al tocarlo. No fue casualidad que
ella se percatara del dolor que esto le provocaba, pues las hermosas piezas
antes instrumentadas no le entregaban el mismo sazón de sentirse
embellecida por las manos de aquel músico fragante, acertado que contemplaba
sus cantares. La musa cedió al tedio del artista, cual huracán embravecía su
destino, como un poeta encerrado, vacío de las inspiradoras llaves de sol, un desdichado
que se perdió en la inmensidad de su marea. No quedaba temple en la añeja
guitarra, menos para el músico. Se cortaron las cuerdas, los amores, las
semifusas por entonces, ya desentonaban.
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