"(...) aunque sea un trueque
Cerca la medianoche me encuentra con los labios mordidos, la lengua pesada, las manos sudadas, calurosas, como si hubieran bebido agua de la corriente, mar en calma e imponente, cerca, y callada. Me fumo unas hojas al aire, estrechando el vino, apurando las horas, haciéndole memoria a tu semblante de hombre incesante, cabalgando en la eterna juventud como si pudiera hacerle quite a los años, esperando a que la mujer lánguida, etérea lo pose sobre el colchón gastado en el suelo vibrante. Y no entiendo como invoco a la parsimonia vida que me he topado, al águila pueril de ojos pardos como felinos, a la sangre roja, literalmente roja de las venas que te distribuyen un candor especial, nunca antes visto.
mínimo
debemos cotejarnos
estás sola
estoy solo
por algo somos prójimos
la soledad también
puede ser
una llama."
Mario Benedetti, Canje.
Cerca la medianoche me encuentra con los labios mordidos, la lengua pesada, las manos sudadas, calurosas, como si hubieran bebido agua de la corriente, mar en calma e imponente, cerca, y callada. Me fumo unas hojas al aire, estrechando el vino, apurando las horas, haciéndole memoria a tu semblante de hombre incesante, cabalgando en la eterna juventud como si pudiera hacerle quite a los años, esperando a que la mujer lánguida, etérea lo pose sobre el colchón gastado en el suelo vibrante. Y no entiendo como invoco a la parsimonia vida que me he topado, al águila pueril de ojos pardos como felinos, a la sangre roja, literalmente roja de las venas que te distribuyen un candor especial, nunca antes visto.
Estás en la memoria, y no suelo
parpadearte. Solo basta llegar así, sutil a la cabeza cual resaca de la noche, buscándome
a ratos como un rayo de sol perseguida por las señoras que giran en ella,
buscando ser atención mía, buscando… buscando. Y me hallas, mengano. A la noche
parloteas y te oigo, entre las raíces de las estrellas, te oigo, y deseo tus
párpados que encuentro en la madrugada, mas te invoco entonces, como el libro
que jamás he recitado, cual navegante busca mares vírgenes en los confines que
en verdad, ya han sido conquistados. Pero no hay nadie como el sendero tuyo,
mengano, porque a las corridas, tú ya vas caminando, como solemne en tu andar
pisoteado, es más, como un simple mortal jugando a ser naufragio, tesoro en mis
manos, deseo concebido en mis labios, recuerdo permanente en las pupilas de mis
resabios.
Y vuelas, como andante de las
estrellas, y entonces tu boca enciende candelas como por costumbre, tus labios
redundan y no importa, me gusta saber que quieres sorprenderme entre la noche
callada y tus excusas, porque resuenan maravillosas en tus comisuras, y en tus
citas a pie del mentón de página, porque tu semblante es un libro abierto,
sensato, interesante y misterioso espejo.
Escribo bajo el manto de las
horas silenciosas, sumidas en la inocencia que nace cuando me revelas tu vida,
tus días recurrentes que se topan con mis idas y venidas, tus manos que me
esperan y que nunca me olvidan. Porque si he de hallarte mengano, en mis días
recurrentes, podríamos recorrer callados en tu labios indelebles, hasta que se
nos olviden estas líneas.
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