Benedetti
tiene un tormento,
Desde
que se volvió un tanto viejo,
Porque
a las Avellaneda, asunción y luz,
Las
revolvió hasta el entuerto.
Y
yo diría que sus menganas
Tenían
la delicia candente / admirable
La virtud efímera o pedante,
De
siempre ser más jóvenes / cautivantes,
Como
para que el fuese el hombre que pudiera enseñarles.
Enseñarle
los soles, los tactos y las caricias,
Los
versos a fulanos y estrategias y tratos,
El
viejecillo entre palabras acariciaba sus cabellos,
Y
aunque fuesen diez o veinte años poco importaba,
La
diferencia se mide en las manos y no en la vida.
Ese
señor Mario siempre busco a las jovencitas,
Castas,
puras, ligeras y un tanto casquivanas,
Y
nadie supo en todo caso, si en esta o en otra
Había
encontrado por fin, a su infinita mengana.
El inspirador primero de todo.
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