21 de febrero de 2013

He dejado caer unos versos

















He dejado caer unas cuantas palabras
Como cuando se derrama el vino en el mantel oxidado
Latente y directo, armonioso y explosivo
Mientras el calor de la tarde, el cuentagotas de la cocina,
la música aletargada, la viejecilla y el don
Vencen el paso de las horas crepusculares.

He dejado recostarme en el colchón viejo de la tarde
Has aparecido en el instante de la siesta
Sumergiéndote en los rincones del silencio,
Cauteloso e imaginario,
Calladito y presuntuoso.

Y no es casualidad que el gigante amarillo se haya
Desolado,
Admirado
Sorprendido,
De su vana existencia en mi reticencia, porque
Queriendo o
No queriendo
He dejado caer unos versos,
Como el vino que se pierde en sus carnosos labios.

Seducciones tambinas.


Anticipo el labio de cada caricia y resquicio de tu piel indeleble y afrodisíaca  Voy lengua por lengua precipitando el deseo sublime de tenerte bajo esta alfombra de estrellas, cual aliento desesperado llegue a inspirar cometas de séptimo cielo lunar donde el valle nos encuentre arrollados, ensimismados en el sudor de la complicidad más enigmática y taciturna. Perdamos las palabras en el tacto, y palmo a palmo hagamos de esta encrucijada, la consistencia más coherente de tus delirios, crucemos estelas de auroras boreales por alrededor del torso maduro que penetro, cuélgame desde una luz y hazme a la medida de tus manos, como si quisieran mantenerme en su creación tan avasalladora, inventemos nuevos versos que podamos practicar, susúrrame despacio y sin prisa, que la noche es larga, los grillos solo cantan para el desencuentro de dos seres que nunca se hallaban, y ahora que se tienen, huyen de tenerse.


18 de febrero de 2013

Benedetti tiene un tormento


Benedetti tiene un tormento,
Desde que se volvió un tanto viejo,
Porque a las Avellaneda, asunción y luz,
Las revolvió hasta el entuerto.

Y yo diría que sus menganas
Tenían la delicia candente / admirable
La virtud efímera o pedante,
De siempre ser más jóvenes / cautivantes,
Como para que el fuese el hombre que pudiera enseñarles.

Enseñarle los soles, los tactos y las caricias,
Los versos a fulanos y estrategias y tratos,
El viejecillo entre palabras acariciaba sus cabellos,
Y aunque fuesen diez o veinte años poco importaba,
La diferencia se mide en las manos y no en la vida.

Ese señor Mario siempre busco a las jovencitas,
Castas, puras, ligeras y un tanto casquivanas,
Y nadie supo en todo caso, si en esta o en otra
Había encontrado por fin, a su infinita mengana.



El inspirador primero de todo.

5 de febrero de 2013

Acciones. (II)


Cantabas, mirabas, sonreías. Luego, besabas, acariciabas, volvías a sonreír. Respirabas, observabas, leías mis inquietudes. Volviste a besarme, acariciarme con vehemencia. En la pausa del momento, silenciabas, acallabas y seguías. Me hablabas, me volvías a besar. Otra vez nadaste en la profundidad más austera. Me sacaste unas cuantas verdades, cautelosas como si nos oyeran. Abriste el paso, te sumergiste. Me sumergí. Me miraste. Te miraba. Nos aproximamos, nos alejamos. Nos acercamos de vuelta y otra vez nos íbamos por siglos estelares. Me palabreabas, te palabreaba. Te acariciaba, te miraba. Luego mis ojos cerraba, y tus pupilas se concentraban. Allá el mar seguía yendo y viniendo, y yo en tus ojos.. en tus ojos mengano, perdí la calma.

Mar.


Eres la noche, las estrellas
las orillas de los mares,
cual vaivén incandescente
me otorga tus lugares.

Soy la arena en tus manos,
la piel que acaricias indeleble,
vas cauteloso a mi encuentro,
como el río al velero.

Constelaciones infinitas, 
en el mar oscuro, 
cual cómplice taciturno
nos revolviera las esquirlas.

Y ya que estamos en el encuentro
de la caricia infinita,
hagamos de nuestros propios deseos
un oleaje de vivencias exquisitas.















Para el mengano, el único, el soñador.

1 de febrero de 2013

Sin título



"(...) aunque sea un trueque
mínimo

debemos cotejarnos
estás sola
estoy solo
por algo somos prójimos

la soledad también
puede ser
una llama."

Mario Benedetti, Canje.


Cerca la medianoche me encuentra con los labios mordidos, la lengua pesada, las manos sudadas, calurosas, como si hubieran bebido agua de la corriente, mar en calma e imponente, cerca, y callada. Me fumo unas hojas al aire, estrechando el vino, apurando las horas, haciéndole memoria a tu semblante de hombre incesante, cabalgando en la eterna juventud como si pudiera hacerle quite a los años, esperando a que la mujer lánguida, etérea lo pose sobre el colchón gastado en el suelo vibrante. Y no entiendo como invoco a la parsimonia vida que me he topado, al águila pueril de ojos pardos como felinos, a la sangre roja, literalmente roja de las venas que te distribuyen un candor especial, nunca antes visto.

Estás en la memoria, y no suelo parpadearte. Solo basta llegar así, sutil a la cabeza cual resaca de la noche, buscándome a ratos como un rayo de sol perseguida por las señoras que giran en ella, buscando ser atención mía, buscando… buscando. Y me hallas, mengano. A la noche parloteas y te oigo, entre las raíces de las estrellas, te oigo, y deseo tus párpados que encuentro en la madrugada, mas te invoco entonces, como el libro que jamás he recitado, cual navegante busca mares vírgenes en los confines que en verdad, ya han sido conquistados. Pero no hay nadie como el sendero tuyo, mengano, porque a las corridas, tú ya vas caminando, como solemne en tu andar pisoteado, es más, como un simple mortal jugando a ser naufragio, tesoro en mis manos, deseo concebido en mis labios, recuerdo permanente en las pupilas de mis resabios.

Y vuelas, como andante de las estrellas, y entonces tu boca enciende candelas como por costumbre, tus labios redundan y no importa, me gusta saber que quieres sorprenderme entre la noche callada y tus excusas, porque resuenan maravillosas en tus comisuras, y en tus citas a pie del mentón de página, porque tu semblante es un libro abierto, sensato, interesante y misterioso espejo.

Escribo bajo el manto de las horas silenciosas, sumidas en la inocencia que nace cuando me revelas tu vida, tus días recurrentes que se topan con mis idas y venidas, tus manos que me esperan y que nunca me olvidan. Porque si he de hallarte mengano, en mis días recurrentes, podríamos recorrer callados en tu labios indelebles, hasta que se nos olviden estas líneas.