28 de julio de 2012

Palabras al café


En el corredor de ese pasillo, te encontrabas, y me observabas con inocencia. Tus ropas quemaban mi pudor por no corresponderte con la mirada, cuando sabías que ya me habías ganado la partida… yo no pronunciaba gesto, menos palabras… porque sobraban en ese instante perpetuo en el que solo existía tu deseo escondido y oculto como el secreto más preciado. Volteé la espalda y con desdén seguí mi rumbo, mientras que el corazón se desgarraba de mis entrañas por ir a tu encuentro y calmar tu fuego.  En las palabras que salen de mi bolígrafo, escritas en una servilleta que guardé en mi chaquetón, apareces en un presente tan lejano a la época de antaño que nos unía, en la adolescente experiencia del amar, en aquella locura que ignoraba el paso del tiempo por nuestras cabezas, en donde solo quedarnos acomodados a la orilla de una plazoleta bastaba para delirar de pasión, para revelarnos ante el mundo, en ese espejismo abisal de la tarde desvaneciéndose por el poniente.

Mis faldas de colegial insistían enredarse con tu humanidad impredecible, pero ese corredor del pasillo nunca adivinó nada de nuestros pasos, todos aquellos en falsos que callaban nuestras declaraciones infinitas de amor excesivo, cual Romeo y Julieta se rencarnaran para consumar su destino. Hoy con la mente más fría y calmada que hace unos tantos atrás, puedo contemplar esa aventura que ni tu mirada, menos la mía podían haber imaginado. Eras grandioso cuando decías amarme, mas cuando llegaste al abrazo determinante de nuestras vidas en aquel sitio que nos desafiaba a comportarnos como dos seres cabales, mas era imposible controlarme ante tu llegada. Una vez que salí de ese pasillo recorrí todos los parajes más cercanos hacia donde tu silueta hubiera estado presente, tratando de exorcizar tu espíritu para que no callara más el sentimiento que me quemaba.

Entonces cuando ya no pude seguir conteniéndome, fue que te encontré en algunos de esos lugares, en cuerpo y alma frente a mi, con el semblante sincero pidiéndome amor eterno, necesitando mis alientos, mis tormentos… como si no hubiesen sido suficiente predicción aquella huida en el bendito pasillo. Se me ha acabado la servilleta, y a la tinta del bolígrafo le queda solamente agonizar, pero mientras me termino el café, me acabo la historia que nunca debió haber sido comenzada, pues tras siete años de haberte conocido, esta muchacha solo guarda la memoria de aquella púber encolerizada que dejó a la deriva su suerte, que por suerte, ha recuperado su deriva.

"Y en su espuma gira lo que no alcancé,
a decirte... muy bien"

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