Partimos la jarana, y me inserto por las calles hacia donde se dirigen los grandes corsos, de rojo brillante que traen consigo personas en fiesta eterna, reconozco entre ellos al profesor del pueblo que con azules párpados y brillantes botas rojas que contornean su enflaquecido cuerpo al mientras que unas maracas suenan en la orquesta mayor, meneando sin cesar su peluca rubia. Nunca lo había visto tan “bella”, creo que por primera vez se arreglaba demasiado para la ocasión y mucho más que para la clase de Religión. Muchas personas disfrutaban del espectáculo y otro gentío más se asomaba de la ventana de los microbuses que adentro lucían sus guirnaldas y colores fluorescentes que intermitentes hacían más entretenida la fiesta. Don Juanito, el borrachito que vivía en la calle ya estaba todo maquillado por la gente que celebraba, sus pómulos rojos daban el anuncio de unos cuantos vinos tomados para entrar en calorsito.
No fue hasta cuando llegamos a la Iglesia que la cosa se puso mejor, pues la Sor Blanca Pasión, estaba con diminuta falda cual alma de Dios se veía en todo su resplandor, el ropaje demarcaba todas las curvas jamás imaginadas, válgame Dios como tiritamos todo enteritos, si imagínese cuanta belleza entregada al cuerpo divino, quizás cuanto habremos querido ser el mismo de allá arriba. La Sorsita toda avivada caminaba como si estuviera desfilando, que me perdona el Altísimo por mis palabras siguientes, pero esa damita no parecía una sierva, sino una damisela de la noche que se entrega, pero a cualquier hombre que pagara por ella. Siendo de cualquier forma, a Blanca no la vi como la monjita que inocentemente nos escuchaba los paires nuestro, yo simplemente la observé como una presa que se estaba perdiendo entre tanta pureza. Estaba ideándome entre tanto fulgor como acercarme a la damita entonces fue cuando me dije “¿Qué mal habría de disfrazarme de algo?” Si una noche no le haría mal ni a ella ni a mí, no hay límites ni Jesusito que nos tire un rayo.
Pero yo siendo un obrero de la vida ¿De qué podría disfrazarme? Si a mi nadie me ha enseñado ni tampoco me enseñaron a vestirme, yo todo me lo hice solito estando en el alto cerro solitario. Le puedo construir casas, construirle una noche conmigo, bien juntitos pero nada más pues, oiga. Mientras pensaba todo, cualquier tipo quería estar con la señorita ahí presente, si imagínese que tal monjita tenía tan guardada belleza. Entonces me avivé y le robé la peluca al viejo de Religión, si bien poco le hacía gracia la cosa larga que tenía, osea ese cabello todo mal peinado, así que se lo saqué de un sopetón y ni chistó, porque estaba tirado en el piso, como don Juanito.
Me lo puse rápidamente, para desesperadamente vestirme de mujerzuela, a ver si acaso le interesaba una de su mismo bando, y hacer más interesante la cosa esta. Ya íbamos por la calle Varela cuando ella iba en el corso, bien decidido me fui a buscarla, me subí la cosa gigante y llegué hasta donde ella, estaba bailando la parabólica al son de la Sonora Dinamita, cuando Blanca Pasión me observó detenidamente y vio mis largos cabellos rubios, se dirigió bien coqueta hacia este pobre tipejo que ya se… bueno, entonces leo sus labios carmesí y me dice:
- “Hola guapa, que Dios te tenga en tu santa gloria”. - A lo que yo le respondo sorprendido:
- “La estoy palpitando en este momento, mi señora”.
- “¿Has sentido el azote de Dios mi querida dama?” – me dice, teniendo compasión de mi persona.
- “Si y muchas veces porque vivo pecando, no tengo control de mis actos, mi dama. Dios no me toca”– le explico yo decidido a seguir el palabreo de intenciones.
- “Pero si el amor de Dios es inmenso, tan grande que puede quitarte todos los pecados, luego no podrás vivir sin la paz y sin el control de mi cordero divino” – me dijo.
- “No cabe duda que su cordero divino es el ángel caído de los cielos, no puede haber mejor ejemplo que usted, me gustaría poder acceder a su dimensión celestial y así tener el control de mis bajos instintos.” – le expliqué mientras me acercaba y ella me observaba con profundo detenimiento.
- “Pero yo pecaré con usted esta noche, limpiaré toda su conciencia y sacaré desde el fondo todos sus pensamientos, este es el momento exacto pues, justo desapareció mi señor y podremos sanar su interior sin que él nos haya visto, pues no es correcto que una dama ayude a otra”.
-“¡Él es misericordioso!, deberá comprender que usted abogará por mí y salvará a esta persona del camino del Satán”. Le insistí.
- “En tan noble causa, nada mejor que exorcizarlo y dejarlo ir, no hay pecado hoy.”
Y paulatinamente fuimos bailando la una con la otra, yo no pude mucho aparentar mi real naturaleza y pronto se notaría que era hombre, pero pronto podría tenerla por fin y hacer que mi fé se consumara en carne viva, por fin sacrificaría mi alma al Dios del que tanto palabrea la monjita que nada de monja tiene por este momento. Entonces, poco a poco nos fuimos alejando de la algarabía de las máscaras y de los pasacalles embravecidos de superficialidad que extasiaba a todo su gentío que no daba más de ron en la sangre, hasta los bohemios esta vez se quedaron en casa, no les convenía tal fiesta si ellos son más para su adentros y ellos viven contemplando la estulticia humana, a diferencia de nosotros que hoy justamente nos vestimos de esa idiotez.
Para que decir como fue la madrugada santificadora, en mi tonta vida he tenido revelaciones de tal condición religiosa como ésta. Blanca Pasión sabía que nunca fui una damisela, y bien poco se quejó de haberlo descubierto, ya que de igual forma limpió a cabalidad todo acto que hubiese cometido en contra de Jesús padre, y eso que jamás me interesó la religión más que ahora. Cuando llegaron las amanecidas, las personas seguían festejando, pero solo eran unas cuantas almas perdidas que llegaron tarde, los usureros ya se estaban comiendo las sobras de los banquetes, otros tantos ya estaban durmiendo para reponer la resaca descomunal que llevaban.
Entre todo esto, yacía yo pantalones abajo con un colchón aplastado detrás de un alcantarillado donde sacrifiqué mi alma al santísimo. Desperté como quien se encuentra en el paraíso o el Edén prometido, ahí me di cuenta que tuve una experiencia religiosa como de lugar, solo que ya despuntaba el alba y no podíamos seguir aparentando. Estaba yo ordenando mis pilchas cuando la señora monjita se despierta, observa mi sexo y me pega una cachetada. Sus labios sin color ya manifestaban su real condición de vida, la cotidiana forma que Dios le había otorgado. Mi doña se persignó al ver todo el evento ya consumado y me dijo como si fuera un desconocido la siguiente frase que se quedó dentro de mi conciencia por siempre:
- “Pecador ¿Por qué has abusado de mí? No tienes perdón del señor Jesucristo ni mucho menos de nuestra madre María. Espero que todas las penas del infierno caigan sobre ti, porque has tocado el siervo del todopoderoso”.
Al decir esto se fue, y entonces me quedé con la siguiente pregunta: ¿Cómo mi bonita, acaso no sacamos las penas satánicas anoche? ¿Estará esperando otro carnaval para quitármelas?, segurito que sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario