Yacía
la mano de Libertad contra el pecho tibio y extenso del amante diurno, situada
cual pluma de ganso puramente seleccionada para los almohadones en la madrugada
venidera que invita al letargo guarenesco de la soledad y la pereza acompañado
de un cuerpo que provenga de energía calórica para los helados matinales. Por
su parte, trigueño y acallado en su soledad, el hombre miraba hacia el techo
gastado por la humedad y la falta de cuidado, atendiendo con vehemencia a sus
pensamientos que nadie adivinaba, con el ceño indiferente y la mano enredado en
las humanidades de la muchacha que no paraba de pensar en aquella circunstancia
recién consumada. Detrás, se mostraba lenta la mediatarde, entre tonos grises,
niebla densa, tan profunda como los miedos de Libertad, tan humanos como los de
Inku, y tan sumisos como las caricias que profanaban cada día esporádico, en
donde el amor fugaz y el beso de paso, hicieron del muchacho no tan jovial, un
espectro para Libertad que contradictoriamente, se estaba atando.
Levantó
el brazo para ordenar el mechón de su cabello castaño que le molestaba en la
frente, pasado unos segundos, se mordía el labio por el lado izquierdo,
mostrando su inquietud del silencio que invadía el lugar. Nada acontecía, solo
el nerviosismo de ella se manifestaba entre el suplicio del momento. Retiró
entonces el torso posicionado sobre el lado posterior de Inku, y fue cuando
reaccionó de momento - Me había perdido
de momento – sostuvo desenredándose los cabellos medios grises con ambas
manos y dirigiendo su mirada de miel hacia Libertad.
-
Ah… si lo había notado, pero no quise
molestarte. Parecías entretenido – dijo entonces, levantando una ceja en
señal de molestia
-
Libertad, pensaba en que el destino es
bastante travieso… no sé.. te parece a ti?
-
No sé, más bien pienso que nada es
casualidad, ignoro si es lo mismo – replicó cortante.
-
Pues, yo creo que hay ciertas cosas
inexplicables, que la coincidencia hace sonar maravilloso - dijo, mientras observaba la espalda de
aquella muchacha jovial que le estaba siendo indiferente en ese momento.
Inku,
hombre idealista, de una vida simplista, diferente al de los demás mortales, a
sus años mantenía viva la esencia del sueño, y la esperanza. La existencia y
sus recodos, eran su receta diaria para mantenerse sabio, llamativo. Vivía en
directo ritual con la naturaleza y sus causes sin forzar, el fluir de todo en
sus parámetros no manipulados por el hombre, cual hippie de los años sesenta
conectado como nadie con los pies de la tierra. En ese momento pasaba por
situaciones desafortunadas y otras fuera de tiempo. Es decir, se sentía
compasivo de semejante mujer de veinte y tantos, que apareció en una noche de
verano después de mucho titubear, y ahora en el Otoño que se le caían las
hojas, ella seguía presente aquella habitación de tonos sencillos que los
vieron retozar por días y segundos intermitentes.. pensaba en cómo explicarle
que esto se le había salido de las manos, en como se le había metido dentro sin
que esto fuera permitido.
Libertad
arreglaba sus cabellos con el peine que traía consigo, pues el silencio
permanecía después de la declaración de Inku y sus coherentes descubrimientos
de la vida y su curso. La blanca humanidad de ella encandilaba el lugar, seguía
desnuda en un rincón de la cama, con un profundo pesar en los ojos grandes que
le propinaban una belleza diferente. Mientras tarareaba una canción, Inku se le
acercó al hombro derecho de ella y prosiguió con la melodía de la muchacha, a
lo cual, ella molesta, le aleja la mano sostenida y dice : - Inku, ¿Qué
mierda quieres? - Él, con un gesto
extraño se adelanta y manifiesta con las manos al viento – No te hecho nada!.. Estaba adivinando la canción. ¿Qué te ocurre que me
tratas así? Determinó.
Libertad,
apabullada por el descubrimiento de su encolerizada reacción, se levantó de la
cama y se remitió a buscar su ropa tirada en el suelo con las cejas fruncidas, el
aliento entrecortado y vocifera – No
entiendo tu silencio, me desanima hacerte el amor y que luego huyas de ti mismo
hacia la estratosfera sin decirme siquiera que te gustó, o que me quieres. Otras
veces terminamos con la respiración cortada, pero hablamos y volamos juntos, en
cambio hoy, no sé que pretendes hacer conmigo. Me duele porque te quiero, y en
cada abrazo de martes, te quiero más. ¿Entiendes ahora?.
Consternado por semejante declaración, Inku salió de la recámara con el semblante
bajado, a paso lento la dejó de mirar, y se retiró hacia la cocina. Libertad,
destrozada en lágrimas terminaba de vestirse de manera rauda, cual preso
buscara salir de aquella celda y no volver. Los minutos corrían y su amante
contrariado no llegaba… Sacó un libro, lo hojeó, entre sollozos recitaba
silenciosa algunos versos de Benedetti de cara a la ventana: “Quizá fue una hecatombe de
esperanzas, un derrumbe de algún modo previsto, ah pero mi tristeza solo tuvo
un sentido, todas mis intuiciones se
asomaron para verme sufrir y por cierto me vieron..” Derrepente,
la ventana se abrió sin que ella se percatara, y pronto adivinó a Inku
taciturno, con los ojos de miel perdidos en su rostro que mostraba una sutil
desdicha.
-
El té de canela está servido – dijo
sorpresivamente, omitiendo el momento convulsionado en el que Libertad se
sinceró en palabras hirientes. - ¿Qué?
– advirtió ensimismada, para luego levantarse y asumir que Inku no diría nada
al respecto. Ella debía ir al comedor.
Fue
así que se dirigió por aquel pasillo tan conocido desde Enero, aquellos pasos
que daba lentamente hacia el escondite subversivo de aquellos sentimientos que
solo añoraba arrancar. Inku gentilmente, le mostró la silla en la cual debía
sentarse y asomó entonces los ojos por sobre la mesa, encontrándose con las
tostadas tan cotidianas de sus matinales amores, la mermelada de frutilla
preparada por las manos de aquel artesano soñador y toda suerte de hierbitas,
de la cual siempre había preferido la canela. Libertad sintió un dolor más
triste aún, cuando comprendió que era una suerte de última cena, un banquete que marcaría el desenlace de aquella
historia que se tejía en la complicidad sin nombre, sin embargo sonreía, pues sabía
que era feliz en ese momento y en todos los anteriores que la volvieron presa
de alguien quince años mayor.
Una
vez sentados, Inku se encomendó a probar las tostadas, mientras Libertad no
paraba de mirar sus manos, su cuerpo y sus labios. Sonaba música por la radio
antigua que siempre traía boleros a la hora del almuerzo. Daba vueltas con su
cuchara al té caliente, para luego abrir su boca por última vez.
-
Esto era todo verdad?... en esto se
reduce las horas, la vida a tu lado? – dijo, mirando las pupilas de su
amante.
-
Mengana, yo no busqué que me quisieras..
yo no busqué quererte. – replicó tajante.
Libertad
no dijo nada más. No probó el pan, se terminó el té como pudo, miró hacia el
ventanal de calle y miraba los automóviles pasar. La vida no era más que un día
nublado, una tarde ya muerta en aquel lugar. No hubo más, excepto una acción
que más tarde le haría creer en lo que Inku había dicho acerca de las coincidencias:
las palabras cantadas por la voz del parlante fueron claves en el actuar siguiente
de la muchacha desgastada: “La felicidad, si no la queri’ no te la
llevi”
Libertad, categórica
de un momento a otro, determinó:
- Inku, la canela se desgastó mucho en el
agua… se deshizo.
Inku pasmado se
quedó sentado, sin reacción alguna, apabullado por las palabras testimoniales
de su amante diurna, viendo como se iba tras la música que sonaba como
clarificadoras en los oídos de la muchacha. Libertad, fue por su bolso de
colores, huyó corriendo por la puerta principal que daba hacia la calle de los
autos y en un impulso, salió del pasaje sin voltear el rostro, sin Inku. Caminó
unas cuadras sin rumbo, que acompañadas por unas gotas de las nubes densas,
hicieron de su andar un sendero sin lugar.
“No
importa, la fractalidad me da valor” dijo
para sus adentros, una vez que logró tomar un microbús.
Para el final de una mañana, inspirado una canción de Pascuala Ilabaca.
Inspirado en la vida.