17 de septiembre de 2012

Me brotan las palabras..



Me brotan las palabras, quieren salir todas hacia afuera, agolpadas una tras otras en mis manos, en mi garganta apretujada de no saber que garabatos saldrán de mi ventana, con la mente aruñada de ropajes y escaramuzas, con la infinitud de las estrellas en el firmamento de tu rostro, en el caudal deseoso de tus pensamientos, de tantas porquerías que se hacen incontables en mi andar descontrolado de letras y sustantivos alharacos de un tumulto inexplicable. Quisiera explicar los animales que se posan en mi ombligo cuando vas al encuentro de unos versos, de unas situaciones medias extrañas… ni tan extrañas! Solo inefables segundos de una cotidianidad que me impregnan la sien, y la revuelve hasta el cansancio.

Son mágicas las horas en que te desvistes en la penumbra de ese silencio que nos oculta, pero son más terribles los días en que la cabeza solo pretende repetirte y nada más que invocarte. ¿Con qué razón habré de suspirar tu aliento, si ni esto pareciera ser real?, ¿Cómo puede ser tanta verdad tu boca llena de rojas utopías, de gentío atrapado en tus labios, de tus besos implorando rebeldía?.

Increíblemente azotas la tranquilidad de mis mares, el temple de mis puertos acarician ese oleaje que rebasa por sobre la arena, volviéndola espuma, entre vaivenes de sal y dolor, entre huellas pegadas al suelo y llevadas por su constante andar… Mareas como la marea que te hago imaginar, como el efecto buscando su causa, como la consecuencia inminente de tu río sobre la desembocadura.

16 de septiembre de 2012

Añañucas


Es como si aparecieras de repente, como si llegaras con la primavera en flor, exótico, salvaje junto al viento de Septiembre, con el atardecer de un día ordinario, en esa rutina de ojeras largas y semblantes cansados y apesumbrados de la vida sin sentido. Viniste con el asombro del mediodía, como cuando el cielo sigue nublado pero entre ellas aparece el sol, entre las rendijas de mis calles te asomaste por casualidad... Has entrado lento pero seguro, y no has dejado duda alguna que quisieras mostrarte entero, sin nada que ocultarme.

Compañero, saludaste convencido de tu estancia… te sentaste a la orilla sin pedirme nada, en la acera contando soles y lunas a la posada de la rivera. Has llegado taciturno a mi encuentro, bello, tierno a las palabras, sabio a las miradas, misterioso en tus secretos. Solo me divisas cada noche, cual oscuridad fuera mi cuerpo, cual luz tu ventana, cual eclipse contemplaras.

Y en los roqueríos de tu alma quisiera enredarme, ser el mar rompiendo con alevosía, con locura, sin fluir con el aire. O quisiera también, ver florecer añañucas de tu vientre, de tu frente, de la raíz del mundo que nos une, del gentío que nos separa, añañucas para verte.

11 de septiembre de 2012

39.


Ese día era especial, nublado por la ventana y caluroso por dentro, el gris firmamento carcomía la niebla que revoloteaba por entre los árboles, y los azotaba con tal fuerza sutil que sus arbustos me meneaban como al ritmo de una guitarra, nada parecía adivinar que las cuerdas de su melodiosa voz se romperían a los gritos de la bandera que ya no flameaba victoriosa. Eran las once del día once y nada acaecía en las calles, yo me encontraba sentada en la terraza, bebiendo mate y fumando al aire como por inercia, Santiago se veía temerosa pero en la infantil adrenalina del suspenso, no había ruido y solo el silencio se volvía más ansiosa por gritar que las alamedas serían cautivas del dolor de toda una muchedumbre. Mi madre cocinaba las churrascas que salía a vender por Yungai, pero mientras llenaba la fontana, esta se vino al suelo y en un estallido rompió a llorar, excupitaba palabras sin sentido, la abracé pero se abalanzaba como una muerta hacia mis brazos, vociferando: el compañero… el compañero Allende”.. Y yo no concebía la idea hallada en esa frase, no imaginaba la realidad inminente dibujada en mi ciudad… era tan joven que la inocencia marcaba mis años, inocencia que me cambió la entereza en esa época de fuego y destrucción, de miedo y de cuidarme el pellejo.

Luego, entendí que la capital ensangrentaba sus raíces. Las voces calladas luego eran angustias de gente agolpadas en las calles, gentes en la radio oyendo el devenir de sus ideales, de sus sacrificios, de sus utopías trabajadas día y noche, bajo la sincera mirada de un personaje cuyos lentes cuadrados no lograban apagar su candente convicción de sociedad, de comunidad entre cada uno de los ciudadanos de su patria. El cielo ahora lloraba, las nubes despojaban gotas como si consolaran a la tierra desolada, a la ciudad del desastre humano… no bastó para que se oyeran ciertos aviones por nuestras cabezas, el horror que estas impregnaban sobre nosotros… la locura colectiva de aquellos que sentían la muerte rondando por las esquinas, por las callejuelas… ya no faltaba mucho para que rodaran por las aceras, para estas horas… en la Moneda, el primero de todos, ya bajaba la guardia.

El presidente había muerto, el gran hacedor de sueños hecho materialidad, se habría quitado la vida. Nadie podía concebirlo, pues, horas antes, parloteaba en una radio, y sin embargo, un balazo calló por siempre su oratoria simple, directa y sin temor… su voz era de metal y no angustiaba, tranquilizaba al pueblo en ruinas, a un pueblo que no conocería el amanecer de la democracia, nunca más.

Ese día fue el once, un día que hace treinta y nueve hizo de Chile, una despiadada tragedia de muerte, de jardines humanos en las calles, de exilio, torturas por doquier, y violaciones… eso, eso fue el once, la destrucción de esa sociedad que abogaba, que cantaba y luchaba. Ante lo demás quedó el miedo, la enajenación, la herida abierta.