Me brotan las palabras, quieren salir todas hacia afuera, agolpadas una tras otras en mis manos, en mi garganta apretujada de no saber que garabatos saldrán de mi ventana, con la mente aruñada de ropajes y escaramuzas, con la infinitud de las estrellas en el firmamento de tu rostro, en el caudal deseoso de tus pensamientos, de tantas porquerías que se hacen incontables en mi andar descontrolado de letras y sustantivos alharacos de un tumulto inexplicable. Quisiera explicar los animales que se posan en mi ombligo cuando vas al encuentro de unos versos, de unas situaciones medias extrañas… ni tan extrañas! Solo inefables segundos de una cotidianidad que me impregnan la sien, y la revuelve hasta el cansancio.
Son mágicas las horas en que te
desvistes en la penumbra de ese silencio que nos oculta, pero son más terribles
los días en que la cabeza solo pretende repetirte y nada más que invocarte.
¿Con qué razón habré de suspirar tu aliento, si ni esto pareciera ser real?,
¿Cómo puede ser tanta verdad tu boca llena de rojas utopías, de gentío atrapado
en tus labios, de tus besos implorando rebeldía?.
Increíblemente azotas la
tranquilidad de mis mares, el temple de mis puertos acarician ese oleaje que
rebasa por sobre la arena, volviéndola espuma, entre vaivenes de sal y dolor, entre huellas pegadas al suelo y llevadas por su constante andar… Mareas como
la marea que te hago imaginar, como el efecto buscando su causa, como la
consecuencia inminente de tu río sobre la desembocadura.